pascua_enfermo_1_10_05_15_0Ayer Domingo VI de Pascua celebrábamos la Pascua del Enfermo en la Santa Iglesia Catedral. Es el final de un itinerario que se inicia el 11 de febrero, Jornada Mundial del Enfermo. De Cristo Resucitado brota toda fuerza y consuelo. También para los enfermos, que invocan al Señor buscando su protección y la fuerza de su gracia para vivir la enfermedad unidos a Cristo Sufriente, porque su dolor ofrecido es redentor, un tesoro para el mundo. Debemos recuperar una mirada contemplativa hacia la persona doliente. Por eso “otra mirada es posible con un corazón nuevo”. Esta es la invitación que nos hace el Papa a través del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud.

Desde el comienzo de la Iglesia los discípulos de Jesús cuidaron a los enfermos. Hoy, las comunidades parroquiales, siguen acercándose con misericordia a los enfermos y a sus familias, pero también a los profesionales sanitarios, mostrando el rostro de Cristo que cura y acompañándoles, invitándoles a dar y recibir misericordia.

Como el cirio pascual que irradia a luz de Cristo para nuestros ojos y nuestro corazón,  así la mirada de Dios y de Cristo, nos hace ver la compasión de Dios hacia el que sufre. La recuperación de la mirada hacia la persona que sufre y la necesidad del compromiso de la fe viviendo las actitudes compasivas del corazón del Padre y del mismo Cristo con los enfermos es la condición para que nuestra misericordia crezca.

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”- dice Jesús en el Evangelio (cf. Jn 15, 9-17)-. Este mandato se sigue realizando plenamente hoy en muchos familiares que aman y dan su vida y salud por servir a sus seres queridos enfermos. Deseamos valorar y agradecer ese enorme testimonio de amor que es semilla de Evangelio para todos los que lo contemplan. ¡Que satisfacción tan grande resaltar el servicio que ofrecen tantas órdenes religiosas que se dedican al cuidado de los enfermos y la promoción de la salud! Concretamente este pasado año 2014 hemos asistido a la muerte de varios religiosos y religiosas que han dado la vida por cuidar y curar a los enfermos de Ébola.

Esta es la sabiduría del corazón, que es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. Porque la sabiduría del corazón es servir al hermano. ¡Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «los pies del cojo»! Son personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada; sencillamente de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecerlo. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, pero además se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.

La sabiduría del corazón es, pues, estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual «no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano enfermo o anciano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí́ del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. Pero la sabiduría del corazón es también ser solidario con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job, que “se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches» -como dice la Escritura (Jb 2,13)-. La caridad verdadera es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien hecho (Cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, 11 febrero 2015).

Dios nos invita a dejarnos llenar y llevar por su sabiduría, conscientes de que si nosotros no la tenemos no podemos transmitirla. Tenemos necesidad de abrir nuestra mirada a la sabiduría que nace de Dios hacia quien sufre. Como el Buen Samaritano que ve al enfermo, se para, se inclina hacia él, se hace cargo de su necesidad y su problema, carga con él, y encarga a otros la tarea de continuar su cuidado. Por tanto, el creyente y toda comunidad cristiana no pueden escapar a esta llamada: comprometerse activamente en el cuidado integral, promoción y defensa del enfermo y de la salud.

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