Estos días Ceuta ha sido la ciudad escogida para celebrar el Encuentro Fronteras y Migrantes. Hemos querido acercarnos al drama que sufren muchos hombres y mujeres inmigrantes para conocerlos mejor, orar juntos, reflexionar y buscar caminos de justicia y de misericordia haciendo posible la solidaridad de la caridad global.
Aun resuenan las palabras del Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado (enero 2015): “una iglesia sin fronteras, madre de todos”. Y es que es misión de la iglesia amar a a Jesucristo especialmente en los más pobres y desamparados, como son los emigrantes y refugiados.
La Iglesia sin fronteras extiende por el mundo la cultura de la solidaridad y de la paz donde nadie pueda ser considerado inútil o descartable. Si vive su maternidad, la comunidad cristiana acompaña, alienta, orienta el camino con paciencia y misericordia. Es la fuerza de la fe, esperanza y caridad la que permite reducir las distancias que nos separan de los dramas humanos.
Jesucristo espera siempre que lo reconozcamos en los emigrantes y desplazados. Nos llama a compartir nuestros bienes, renunciar a nuestro bienestar y vivir nuevos compromisos de solidaridad. En una época de vastas migraciones que suscitan rechazo y desconfianza la Iglesia quiere responder con la fuerza de la caridad para crear la cultura del encuentro.
Deseamos responder a la “indiferencia globalizada” con la globalización de la caridad, con creatividad, con la “imaginación de la caridad” -como decía S. Juan Pablo II-, con misericordia y esfuerzo. También siendo conciencia crítica y voz para que los responsables de las políticas del mundo puedan actuar con justicia y equidad, respetando los derechos de las personas y los tratados internacionales.
Estamos en españa, en la ciudad de Ceuta, en el norte de África. Me permito recordaros que más de 1 millón de personas han conseguido la nacionalidad española, pero muchos aún viven en asentamientos inhumanos o en viviendas indignas
Pero, sobre todo aquí, en el estrecho de Gibraltar, presenciamos y asistimos al drama más trágico de cuantos quieren cruzar el estrecho en barcas, pateras o de modos inseguros e ilegales, con las consecuencias de las muertes violentas, naufragios y desastres que se producen. Igualmente somos testigos de la presión en las fronteras, las devoluciones sumarias y los Centros de Internamientos de inmigrantes, que nos preocupan y entristecen por las situaciones que compartimos a diario.
También tenemos que dar gracias a Dios por las vidas que se salvan, tanto por servidores de orden público como por tantos voluntarios cristianos y gente de buena voluntad que ayudan a superar este drama y acogen a los supervivientes. De modo singular quiero recordar la dedicación y entrega de toda la Iglesia con sus delegaciones para los emigrantes, que, como la nuestra, se desviven por intervenir y sensibilizar al pueblo de Dios y a toda la sociedad. Sigue siendo una asignatura pendiente el respeto a todos los derechos humanos, el cumplimiento de los tratados internacionales y la asistencia humanitaria.
Dice le Papa Francisco: «los migrantes me plantean un desafío particular… por ser pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos» (cf. EvGau). Nos sentimos plenamente identificados: a nosotros también nos supone un gran desafío y se nos conmueven las entrañas con sentimientos de dolor y de ternura maternal ante ellos. Hemos de agradecer al Papa Francisco su apoyo decidido y sus intervenciones para animar a todos a intervenir decididamente en estos problemas, que tanto nos ayuda a cuantos desde la organización de la Iglesia préstamos nuestra ayuda, así como a todos los hombres de buena voluntad que colaboran y se solidarizan en esta labor.
Quiera Dios que compartiendo nuestra fe y el trabajo al servicio de los emigrantes nos haga más disponibles y eficaces para construir puentes que hagan posible la esperanza.