Frente al mal no hay que callar. Sacudámonos esa “anestesia espiritual” en la que nuestra sociedad nos ha instalado y que nos incapacita para ver las necesidades de los otros. Efectivamente asistimos a una auténtica epidemia de individualismo que deja solas y frustradas nuestras vidas. Pero gracias a Dios este veneno tiene un antídoto: la caridad. Pero no cualquier caridad, sino la que viene de la Caridad de Dios, de su Amor. Esta caridad tiene un gran poder. No hace falta más que mirar la vida de santos como la Madre Teresa de Calcuta o Juan Pablo II. Su fuerza espiritual procedía de Dios. Y de igual manera, aunque por caminos distintos, les llevaba a la pasión por el hombre, por todo hombre, por cada hombre. La caridad cristiana consiste en sentir al otro como parte de mi. Saber que su destino está unido al mío. Que si trabajamos juntos nos hacemos más grandes y si no, realmente no crecemos. Como los constructores de las antiguas catedrales como la nuestra, solidarios en la construcción de una obra realmente bella, al final de la cual todos la sentían suya.
Para ello necesitamos la fuerza del Señor. La conversión como vuelta a Él nos lleva a la fuente del amor, donde nos reconocemos necesitados de renovación. Debemos pedir perdón, acoger la gracia de Dios en el sacramento de la reconciliación, y, con conciencia renovada, salir de nosotros mismos para buscar al que está necesitado.
En la base de los problemas de las personas necesitadas está la realidad de familias heridas, solas o desestructuradas. Nosotros tenemos algo maravilloso que ofrecerles: la gran familia de Dios que es la Iglesia. Donde cada uno somos importantes, estemos como estemos, porque somos amados por nuestro Padre Dios. ¡Qué labor tan importante realizáis en este sentido las comunidades cristianas!
Pero justamente por ello os propongo una profunda conversión de nuestra mentalidad. Una conversión que nos saque de nosotros mismos y nos lance hacia el otro. No sólo acogiendo a los que vienen sino buscándoles. Esta es la nueva evangelización que nos propone de forma renovada el Santo Padre. Porque evangelizar es anunciar la Buena Noticia del Dios Amor que hace valiosa nuestra vida en cualquier circunstancia. Un Amor que se ha manifestado, y sigue manifestándose, en la entrega sacrificial de Cristo en la Cruz, en la victoria de su Resurrección sobre el mal y el dolor y en la efusión del Espíritu Santo sobre los que acogen esta Buena Noticia.
Justamente la Cuaresma es el camino para revivir esta certeza. Es el tiempo en el que el Espíritu Santo vuelve a hacer contemporáneo a Cristo, su entrega salvadora y la fuerza de su Resurrección por medio de los sacramentos y la caridad. Sí, hoy más que nunca necesitamos ser salvados. Salvados del egoísmo, de la desesperanza y la apatía. Necesitamos ser puestos en pie, resucitados, regenerados en nuestra dignidad, llamados y lanzados a la misión. No hay tiempo para lamentarnos. Es hora de actuar. Es hora de amar.