cenizaA punto ya de recibir la imposición de la ceniza, en el inicio de esta Cuaresma, tiempo privilegiado de gracia, recordamos este poema de Jorge Manrique: Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando…/ cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, / tan callando. 

Podemos iniciar así la Cuaresma, mirando la fugacidad de la vida terrena, no para hundirnos, sino para despertarnos, para caer en la cuenta de la verdad de la vida, que a veces se nos escapa entre las ocupaciones y preocupaciones cotidianas.

El rito de la ceniza refleja la verdad de la que no queremos hablar: «Eres polvo y en polvo te convertirás». Pero los católicos no vivimos esta realidad como algo traumático, sino que la miramos cara a cara con seriedad y esperanza, pidiéndole a Dios vivir en consecuencia, sabiendo que el tiempo que se nos da en esta vida es una oportunidad, es una gracia. También esta Cuaresma es una gran oportunidad de gracia, para cambiar nuestra mirada hacia el Señor, «caer en la cuenta», cambiar el centro de gravedad de nuestra vida, de modo que sea el Señor, y no mi egoísmo, lo que atraiga y determine mis deseos y mis decisiones.

Y he aquí que cuando el Señor nos quiere atraer hacia sí, nos atrae siempre hacia el hermano. Porque sólo saliendo de nuestro egoísmo nos encontramos a nosotros mismos. Os animo, por tanto, a dejaos transformar por el amor de Cristo, que recibimos especialmente en el sacramento de la Reconciliación, y se expresa en la solidaridad con los más necesitados. En un contexto eclesial de Sínodo de la Familia, ponemos nuestros ojos en las familias necesitadas. La familia, ahora más que nunca, sostiene la sociedad, moral y materialmente. Pero necesita nuestro cuidado y apoyo, especialmente en aquellos casos donde se sufre el drama del desempleo. Somos responsables los unos de los otros; y no podemos decir, como Caín: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?». Hay que sentir al otro como parte de mí mismo. Éste es el cimiento sólido de toda sociedad verdaderamente humana. Debemos caer en la cuenta de que en este partido sólo gano si gana todo el equipo.

Nosotros tenemos una gran noticia que dar a nuestra sociedad, cansada y abatida: que Dios apuesta por nosotros. También el tiempo actual es tiempo de gracia, día de salvación (2 Co 6,2). «Hoy es siempre todavía», decía Antonio Machado. Este tiempo de crisis moral, espiritual, económica… es un desierto; sí, pero Cristo quiso adentrarse en él durante cuarenta días -como ya lo hizo el pueblo de Israel durante cuarenta años- para experimentar, junto con la dificultad extrema, la ayuda indefectible de Dios. Sí, es un tiempo de prueba, de tentación, de desesperanza; pero Cristo lo ha vencido con su confianza en Dios, su Padre, para que nosotros aprendamos también a vencer con las mismas armas. ¡Volvamos a confiar en Dios profundamente! ¡Volvamos a Dios! ¡Volvamos a lo esencial! Tenemos por delante portentosas procesiones, celebraciones penitenciales en las parroquia, vía crucis y tantas otras iniciativas.

Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte. ¡Despertemos a la realidad más profunda, no ha tiempo que perder! El famoso escritor inglés, Chesterton, decía que el auténtico fracaso de la vida no estriba en perder el empleo o sufrir una enfermedad, sino en la mediocridad de la vida. Y la mediocridad consiste en estar junto a la grandeza y no ser capaz de reconocerla; estar siempre a la orilla del milagro, pero no atrevernos nunca a zambullirnos en él. Una vida nueva creada por Dios nos espera: la vida resucitada que se actualizará en la Pascua. El tiempo se ha cumplido, convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15). 

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