La vida es un regalo. Lo comprendemos cuando vemos que pasan los años y que, con ellos, nos dejan muchos vivientes, como los resúmenes de prensa nos los recuerdan sin parar.
¿Y si el año próximo fuese el último de nuestra vida? ¿Cómo viviríamos? Supongo que cobraría valor cada conversación, cada encuentro cada amigo, hasta con los simples conocidos. Es posible que quisiésemos disfrutar más de las cosas pequeñas. Dicho de otro modo, pondríamos en todo el corazón y estaríamos más pendientes de lo fundamental. Decía Chesterton que los cristianos “esperan la muerte como el agua pero apuran la vida como el vino”.
Os invito a vivir así, de modo consciente, como protagonistas de nuestra vida, nosotros que sabemos su valor y que somos amados por Dios. No es tan sencillo vivir así. Para muchos, no es fácil soportar el vacío del nihilismo puro, que se convierte finalmente en un tránsito para llegar después a una religiosidad vaga, a técnicas New Age para aquietar la conciencia con músicas relajantes y técnicas de relajación. Salgamos del bunker, y mejor aún, no entremos en el. En cualquier caso, vivimos en la sociedad el regreso de los ídolos, dioses hoy al gusto del consumidor, pero que no acallan el grito del corazón, aunque consiguen aletargarlo bastante.
Cuantos sabemos que el Infinito se ha hecho humano, que el Hijo de Dios ha tomado carne de la Virgen María, solo nos queda anunciar “lo que hemos visto y oído, lo que hemos palpado del Verbo de la Vida”, de modo que nos inunde la vida.
Vivir la fe es inseparable del testimonio cristiano. La mejor aportación que podemos ofrecer a nuestra sociedad es ser personas en las que se puede confiar porque actúan en conciencia, porque pueden aportar otro juicio sobre la realidad y dialogar con la mentalidad imperante de lo políticamente correcto, pero mostrando que lo más valioso que busca el hombre, todo lo verdaderamente humano se encuentra esclarecido, purificado y realizado en Jesús. Por eso anunciamos su evangelio, vivimos en comunión de caridad entre nosotros fuertemente unidos a Dios. El mensaje del Dios vivo y verdadero va dirigido a la razón y al corazón de los hombres, de su libertad, y esclarece el misterio de la vida y de la muerte. Es necesario, pues, que el Evangelio en el mundo (en la familia, en la política, la cultura, las ciencias, la economía, etc) resplandezca por su belleza y oportunidad ofrecida en nuestro testimonio y nuestro discurso. ¡Cuánto vale ante Dios tu disponibilidad para evangelizar!
Te propongo, mientras damos gracias a Dios por el año que se va y las gracias inmensas que hemos recibido en el, que aproveches el momento (diríamos nosotros también: Carpe Diem!, vive el presente, disfruta el instante, la vida), y te preguntes qué supone para ti lo que exige la llamada al apostolado y que entres en la dinámica del cambio de mentalidad que nos pide el Papa Francisco.
Permíteme dos observaciones prácticas.
La primera: dedica tu tiempo este año a lo esencial, lo que sabes que es necesario, lo más importante. Y Dios ocupa, sin duda, el primer lugar. Tu relación con el, la renovación de tu vida cristiana en las Escuelas de Evangelizadores o de Discipulado, tus Ejercicios Espirituales, tu oración, animará en tu conciencia el valor de tu familia, del trabajo, de la caridad, y revalorizará lo más valioso que Dios te ha dado, tu lugar en el mundo, para que lo abraces con la intensidad de la caridad. Cobrará importancia tu familia, tu matrimonio, tu trabajo tu apostolado.
Uno de los mayores tesoros es el tiempo de que disponemos. Es importante, pues, saber administrar bien el tiempo, puesto que tenemos la sensación de que el tiempo no nos cunde, que nunca tenemos tiempo. Hay algo de cierto, pero también lo es que hemos desarrollado una sensación de insatisfacción por hipertrofia del deseo. La “empresarialidad” de la vida laboral nos hace valorar la productividad pero no ese tiempo para nosotros. Parece un elogio que nos hacemos cuando presumimos de “no tener ni un minuto”. Tenemos siempre tanto que hacer porque caemos en la tiranía de la abundancia, que se convierte en ironía de la vida que nos lleva a la insatisfacción. El ritmo frenético oculta con frecuencia un gran vacío, un tranquilizante para no responder a las grandes preguntas, no afrontar bien las relaciones, para no ser creativos. Pero solo Nuestro Señor es el Señor de nuestros años, de nuestros días, de nuestro tiempo.
Segunda observación: El mejor testimonio que podemos dar a la sociedad es el vivir en comunión. Necesitamos pasar del “yo” al “nosotros”, romper con el individualismo auto-suficiente que tanto nos limita. Todos somos responsables y tenemos, además, la fuerza de Dios, pero necesitamos un cambio en la mirada. Debemos mirar las cosas como los navegantes que forman parte del mismo navío y están involucrados en el mismo viaje del mundo. Nosotros en la barca de la Iglesia de Jesús. Cualquier grieta o filtración nos afecta a todos. Nuestra comunión nos afecta a todos, pero también afecta al mundo, al que convocamos a unirse con nosotros en esta peregrinación.