¿Necesitará mi parroquia algo de mí? ¿Necesitará catequistas? ¿Necesitará mis conocimientos profesionales como voluntario? ¿Necesitará que sea generoso con mi dinero? Por todo lo compartido, «Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios». Es reconocernos hijos de Dios, hermanos unos de otros, miembros de la misma comunidad parroquial, insertada en la gran comunidad de la diócesis, solidarios y generosos con nuestras personas, nuestro tiempo y nuestra aportación económica para que podamos juntos cumplir nuestra misión: vivir como cristianos y evangelizar.
Igual que muchas familias, padres, hijos, abuelos, se reúnen los domingos para comer y lo viven con alegría, también la familia de los hijos de Dios nos reunimos el domingo en la eucaristía, en el banquete al que Dios nos. Quizá no seamos conscientes de la alegría y del gozo que supone «poder ir a misa». Nos reunimos con nuestros hermanos en el nombre del Señor. Así comenzamos cada eucaristía: «En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo».
¿Pero por qué contribuir en mi parroquia? En la parroquia, más allá de todos esos buenos momentos en el Señor que todos podemos recordar, hemos recibido el don de la fe por el bautismo, que es el mayor regalo de amor, de misericordia, de comprensión, de alegría, que se nos da. Y lo que hemos recibido gratis, hemos de darlo gratis.
Vivimos nuestra fe en una parroquia concreta, y esta parroquia se abre a una diócesis determinada, con otros cristianos de todas las edades, y con los sacerdotes, los religiosos, personas consagradas, y tantos seglares asociados o no que dan lo mejor de sí mismos. Nos preside en la fe y en la caridad un obispo. No vivimos la fe en soledad, sino en comunidad junto a otros hermanos nuestros. Y desde esta realidad concreta, vivimos y nos abrimos a la Iglesia universal.
Queridos hermanos diocesanos procuremos seguir creciendo en el conocimiento de esta rica realidad de la Iglesia diocesana, que es comunión, que es caridad, que es misión. Somos una familia grande pero muy cercana. Nadie sobra en ella, todos tenemos nuestro lugar, todos debemos conocernos mejor y querernos más. Os invito a pedir unos por otros y a responder con generosidad para que nuestras puertas abiertas a todos ofrezcan un hogar donde se vive el gozo del evangelio muy unidos a Cristo y en la comunión que es fruto de un amor generoso, pero que nos hace verdaderamente hermanos de un mismo Padre: Dios.