La Virgen del Pilar nos ha recordado en este fin de semana las raíces de nuestra fe, la de España, porque nos recuerda a la primera evangelización, la de Santiago. Ahora que tanto escuchamos hablar y hablamos de Nueva Evangelización, recordar el episodio del Pilar es muy ilustrativo. Porque en nuestra tarea de ser evangelizadores nos puede pasar lo mismo que le pasó al Apóstol Santiago: frustrados por la falta de respuesta de nuestros oyentes y cansados de un esfuerzo aparentemente inútil, nos echamos a la orilla del río y que el trabajo lo pase otro.
Pues si eso le pasó a él, que conoció al Maestro cara a cara, que estaba lleno del Espíritu Santo y que, de vuelta en su tierra, no dudó en dar la vida por el Evangelio, ¿cómo no nos va a pasar a nosotros?
Pues a él se le apareció la Virgen con un mensaje de ánimo y de esperanza. Que no se preocupara, que aquella gente de duras entendederas, que parecía que no le había escuchado, iba a invocar también al Señor y que la fe de aquel pueblo iba a ser tan estable como la columna sobre la cual se había aparecido. Y eso que le dijo entonces al apóstol, nos lo dice también a nosotros hoy, ante nuestros cansancios, luchas, frustraciones y desesperanzas.
Ante esta actitud tan humana de querer ver los resultados, y cuanto antes mejor, ante esta actitud tan nuestra de inquietarnos y descorazonarnos cuando no vemos los frutos de nuestro trabajo, la Virgen nos dice: “No te rindas”. Nos dice que nuestro trabajo es ser los sembradores de la Palabra, no los segadores. De eso ya se encargarán otros. O mejor dicho, ya se encargará Otro: Jesucristo. En nuestro trabajo de anunciadores del Evangelio no podemos desfallecer. Debemos evangelizar “a tiempo y a destiempo”, como le decía San Pablo a Timoteo.
Pero para ser evangelizadores primero hay que ser evangelizados. Esto es lo que estamos promoviendo en nuestra diócesis con la Escuela de Evangelizadores para iniciar una gran misión y acciones misioneras que están comenzando ya entre nosotros. Y esto es un trabajo difícil. Pero, una vez más tenemos que repetírnoslo, para que cale: “No te rindas”. Pidamos juntos al Señor la fuerza, el ánimo y confianza en El para llevar a todos el gozo de creer y el amor de Cristo.