Se aproxima el inicio de curso, momento de esperanzas y buenos propósitos, momento para hablar de conversión e impulso evangelizador. Necesitamos una profunda renovación de la fe. Esta es siempre nuestra prioridad, que supone una conversión interior, una tensión por atender a los signos de los tiempos y adecuar nuestro espíritu celoso por evangelizar a la necesidad que Dios mismo nos está mostrando. Debemos dejar atrás esa vieja postura de clientelismo por la que esperamos pasivamente a que lleguen los clientes para ofrecerles un servicio. Se trata hoy de responder mejor a las personas que se acercan, a veces muy alejados, para facilitarles la fe, el encuentro con Dios vivo, con la comunidad que somos los cristianos.
El Señor nos ayude para vencer el mal con el bien. Que no caigamos en la tentación de hacer caso omiso al mal o de dejarse aprisionar por él cayendo en el cinismo o en la depresión y desesperación. Cristo nos enseña otra cosa: cuanto mayor sean las sombras que cubren el mundo, tanto mayor debe ser la presencia de los ciudadanos del Reino, de la buena semilla que embellece los campos. El mundo entero está en espera de la plena manifestación de los hijos de Dios. Así pues, dispongámonos en las manos de Dios para ser nosotros como la levadura pequeña, en nuestros escasos medios, pero que hace que la masa fermente.
La Iglesia sigue siendo hoy cobijo y hogar, donde anidan los pobres y necesitados, los que buscan a Dios. Esforcémonos para que todos lo encuentren haciendo nuestra la paciencia divina, y que la adoración y la belleza de la liturgia y de la comunión, unida a la caridad, estimule la fe, avive la esperanza y la fraternidad en toda nuestra diócesis.
Sabemos que la semilla de la Palabra de Dios tiene virtualidad propia para convertirse en árbol frondoso, y que la gracia de Dios es una levadura capaz de fermentar toda la masa: no se quedará ausente en la construcción de este mundo sino que hará cuanto esté en su mano para abrir surcos de esperanza a las nuevas generaciones.
Hermanos: También el dueño del campo tiene paciencia con nosotros, como dice la parábola del grano y de la cizaña. El Señor nos llama a la humildad y a la misericordia que se desprende de la parábola. ¡Solo hay un campo del que es necesario arrancarla! ¡Somos nosotros mismos! También nuestra conversión es misión. ¡Que nunca seamos cizaña, sino trigo de Dios, testigos coherentes de la misericordia que nos salva!