Veíamos el sentido de la epíclesis, o invocación al Espíritu Santo, para acercarnos al misterio de la Eucaristía. La palabra colecta nos acercaba de modo concreto a los frutos de este Espíritu. Pero es la caridad la realidad clave para entender en profundidad la la Eucaristía, la fiesta hacia la que caminamos, el Corpus Christi. La caridad no entendida como dar lo que sobra sino amar como Cristo nos ha amado: hasta el extremo.
La caridad es más que el amor filantrópico, es un hábito sobrenatural que el Espíritu Santo va generando en nosotros, que nos hace sentir como Cristo, amar como Cristo, actuar como Cristo. Por ello la fuente de la caridad es la comunión eucarística. En la Eucaristía recibimos por así decir el mismo Corazón de Cristo y su capacidad de amar. Y esto, lo sabemos, es lo que más necesitamos: aprender a amar, tener la capacidad para amar por encima incluso de nuestros límites meramente naturales. Y esta caridad –que es sobretodo un don- implica toda nuestra vida y la transforma en una ofrenda agradable al Señor, el sacrificio espiritual de la unidad, de la fe y la adoración que Dios Padre acepta: el mismo amor de su Hijo Jesús revivido en sus hijos de adopción.