Anteriormente, para entender el misterio de la Eucaristía, hablábamos de la invocación al Espíritu Santo o epíclesis. Es la plegaria que hacemos en la Misa cuando el sacerdote con las manos extendidas pide a Dios que baje su Espíritu sobre lo que el pueblo ha ofrecido. Y así, lo mismo que el Espíritu Santo, con las palabras del sacerdote y obedeciendo el mandato de Jesús, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre, así también hace de los comulgantes un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo. Nos hace a su Iglesia Cuerpo Místico de Cristo en comunión. Ahora echamos un vistazo a la colecta, conocida para todos nosotros. Así llamamos a la donación de bienes que junto al pan y el vino ofrecemos en el ofertorio, pero sobretodo significa la Iglesia reunida – recolecta es reunida, recogida- reunidos en un lugar determinado para celebrar la Gloria del Señor.
Éste es el sentido de la Iglesia: la recolección o reunificación de todos los pueblos. Por ello pedimos “Reúne Señor a todos tus hijos dispersos por el mundo”. En efecto, la Eucaristía nos une a los hombres de todo el mundo, no sólo a los cristianos. Incluso nos une con la creación que en el pan y el vino es ofrecida para ser consagrada por el ministro, pues ella también espera expectante esa reconciliación universal. Por ello la colecta expresa la dimensión social de la Eucaristía y de la vida cristiana.
San Justino, que transmitió la primera narración de la celebración de la Eucaristía , recuerda al describir las Misas de los primeros cristianos que en ellas: “los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que bien les parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuántos se hallan en necesidad”.
Dentro de la carta de San Juan Pablo II Mane Nobiscum Domine, señala que: “La Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser ‘signo e instrumento’ no sólo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano. El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida… la Eucaristía es como una gran escuela de paz, donde se forman hombres y mujeres que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y políticas, sean artesanos de diálogo y comunión. La participación en la Eucaristía es un impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna”. Por el amor mutuo y la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo.