Estos ocho primeros días pascuales que estamos viviendo tienen su culmen en el domingo inmediatamente posterior al de Resurrección, instituido como “Domingo de la Divina Misericordia” por Juan Pablo II, quien providencialmente murió el día de esta fiesta y que será canonizado esta misma semana en dicho domingo. Os animo queridos hermanos a caminar hacia ese Domingo de la Misericordia.
Benedicto XVI nos ayuda a comprender el alcance infinito de esta fuerza divina: “Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor”.La misericordia de Dios pone un límite al mal. Esta verdad la vemos reflejada en la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, en su Pascua. En la Cruz del Salvador Dios sale misericordiosamente al encuentro de lo que constituye la raíz misma del mal en la historia del hombre: el pecado y la muerte. Jesús, el Inocente, carga sobre sí todo el terrible peso del pecado y lo “desactiva” con su obediencia. Con su propia muerte, vence a la muerte. Con su Resurrección, prueba que la misericordia de Dios es más fuerte que toda la fuerza del mal.Por eso Cristo vivo, testigo por antonomasia de la misericordia del Padre, saluda a los suyos con la paz: “Paz a vosotros”. La misericordia de Dios es capaz de disipar el miedo, de sustentar e impulsar la misión de la Iglesia, y de vencer las dudas que impiden pasar de incrédulo a creyente. Es capaz de cambiar el mundo.
La misión de la Iglesia es, por voluntad de Cristo, ser dispensadora de la misericordia divina, reconciliar el mundo con Dios. En el sacramento de la Penitencia, en el que “cada hombre puede experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el amor que es más fuerte que el pecado” (Juan Pablo II) hacemos la experiencia personal más profunda de su amor. A partir de aquí, conmovidos por el amor de Dios que entrega a su Hijo a la muerte por nosotros, podemos entregarnos a todos por amor para reconstruir cada persona, sanar sus heridas, aliviar sus males materiales y morales, y construir con la fuerza del amor de Dios una sociedad renovada. Hoy estamos necesitados de cristianos que reflejen la misericordia del Señor en toda su vida. Os deseo una intensa octava de Pascua y un hermoso Domingo de la Misericordia.