La Buena Noticia que es el Evangelio debe llegar al corazón humano como una Palabra que se siente, que es fascinante, que da vida porque con ella renacemos, comenzamos a vivir lo que de veras vale la pena.
Debemos, pues, aceptar el desafío de compartir con los demás la belleza de Cristo. La alegría y el dolor de los hombres se abren a la dimensión de un bien que no pasa, y orilla el mal que desintegra y afea la existencia. Pero hace falta mirar al que está caído al borde del camino, a una mayoría invisible de excluidos que viven muy cerca de nosotros.
Se nos pide que nos acerquemos a todos con la sencillez de lo que tenemos pero con coherencia, sin reparos, con la simple fuerza de la verdad y de la caridad. Podemos mostrar nuestra relación personal con el Señor, que nos ha dicho: “Ven y verás” (Jn 2,38); y consolar con ternura al que lleva su cruz. Y mostrar la Eucaristía, donde está todo el bien de la Iglesia.
Ser promotores de la Cultura del Encuentro haciéndonos “prójimos”, como el buen samaritano que no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Porque comunicar significa tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios y que tenemos que construir una Iglesia que sea casa de todos. Os invito a preguntaros si vuestra comunicación es aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. (Cf. Papa Francisco, Mensaje para la 48 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2014)
Estamos llamados a ser testigos coherentes de la fe que profesamos, teniendo en cuenta que nuestra vocación misionera no tiene que ser vivida como un expansionismo beligerante, sino como una voluntad de donarse a los demás siendo disponibles y pacientes para atender las necesidades, preguntas y dudas de tantas personas que buscan la verdad y el sentido de su existencia.
Tratemos de escuchar, alentar, animar, consolar, orientar.
David vence a Goliat muchas veces. En contra de las apariencias, nuestra debilidad inicial está bendecida por el Señor que nos envía con su Espíritu y la fuerza aparente de los satisfechos esconde una gran necesidad de consuelo. Todos ganamos si Dios hace el milagro.
Vivamos atentos estos días intensos, muy unidos en el Señor. Orad por mí.